Este pasado sábado, realicé un experimento “social” que ha consistido en ir a varios establecimientos, hacer una compra de unos 25 euros y al pagar, intentar hacerlo con monedas de plata.
Me he llevado un par de monedas de 10 dólares (eagles), un par de pandas, un par de britannias, unas cuatro filarmónicas, un par de arcas de Noé y dos bolsas de monedas de céntimos de euros. Además, por si las moscas, he metido en la cartera algunos «papelitos» emitidos por el BCE.
Los establecimientos han sido una cafetería (dos desayunos con café, zumo, un bocata de jamón y croissant con mermelada de melocotón artesanal y mantequilla), una farmacia, un quiosco (cinco periódicos, tres revistas de divulgación y un número de El Jueves), un restaurante (buffet de pasta italiana para 2 adultos y 2 niñas), una librería (un buen libro de investigación extraterrestre y un librito de automotivación para completar el importe), una tienda de videojuegos (para la PS4, Lego Harry Potter), un cine (2 adultos y dos niñas) y por último, tras dejar a los peques en casa de los suegros, una copa en una disco-karaoke .
¿Cuál creéis que ha sido el resultado?
La cafetería es conocida en el barrio, llevada durante 40 años por unos vecinos hasta la jubilación, pero hace cinco años la vendieron a unos ciudadanos chinos, que por cierto, han aumentado las raciones y abaratado los precios. Primera reacción: ¿me la estará colando? Segunda reacción: ese Panda, ese Panda, ¡eh! ¡eh! Pago aceptado y sonrisa hasta las orejas: “vuelva cuando quiera”.
La farmacia, de toda la vida. “Javier, no te preocupes… te lo apunto en la cuenta de tu madre y ya lo pagas.” Insisto, pero… no reconoce valor a la moneda. Sinceramente, lo encuentro raro, porque por experiencia, el sector de los farmacéuticos es uno que más monedas coleccionan, aunque eso sí, fundamentalmente monedas de oro. Pago en euros y salgo cantando bajito.
Paco el del quiosco, amigo de siempre, me pregunta el precio de las distintas monedas. Elige dos, me las paga y ahora me cobra en euros. Tal cual.
Llego al restaurante Buffet de pasta italiana. Hablo con la chica de la caja de entrada (pagas la entrada y comes y bebes lo que quieras). Me mira muy raro. Me dice que espere y a los dos minutos vienen dos señores de seguridad del centro comercial. Les explico que quisiera pagar con las monedas. Uno, educadamente, me dice que las monedas no sirven para pagar. El otro, más temerario, insinúa que voy con el comportamiento alterado por sustancias psicotrópicas, a lo que respondo de una forma alterada con la suficiente contundencia que entiende que efectivamente, estoy zumbado. Pago la entrada con un saco de monedas de 10 y 20 céntimos. Cara de poema de la cajera. Rentabilicé la entrada, os lo aseguro.
Después de un cafelito doble con crema, pagado en euros normalitos, entro en la librería del centro comercial. No sé si por los títulos elegidos o porque di con alguien afín, me miró y se rió al ir a pagar con las monedas. Me pide que mire un cajón junto a la caja y me muestra (de verdad, no es broma), al menos 40-50 monedas en plata de multitud de emisores, algunas de oro (algún Krugerrand de 1oz, muchos soberanos y medios soberanos británicos y un koala de ½ oz) y una circulada de 1869 (¡¡de cinco pesetas de plata del Gobierno Provisional de España!!). Me llama la atención y le comento acerca de ésta. Me indica que la cobró hace unos años por una factura en pesetas de unos 60 euros. Le comento que, si es original, cuál podría ser su valor y me mira como si le estuviese contando una película de Woody Allen. Saludos e intercambio de tarjetas de visita en la despedida.
Siguiente parada en la tienda de videojuegos de una cadena multinacional. Elijo el juego que quieren mis peques y cuando voy a pagar, textualmente me dice “Con monedas no, si quiere puede pagar con bitcoins, suscribiendo una tarjeta monedero especial recargable. Miro las condiciones y en cada carga de euros para cambiarlo a bitcoins me cobran un spread del 7,5%. Con un par… Ni siquiera me molesté en presentar alegaciones, pagué con papelitos del BCE y seguí adelante con mi decepcionante tour.
Cine, mejor ni intentarlo. Las entradas se sacan por una especie de cajero automático. No creo que atienda a razones.
Pensaba ya que el día terminaba a medias, pero entonces ocurrió algo interesante.
Llego a una disco-pub reconvertido en karaoke. Tenemos la intención de tomar una menestra fría (un gin tonic con cinco verduras distintas, varias especias y con una gominola de osito coronándolo con un palillo de azúcar moreno). Me encuentro en la puerta, controlando la entrada, a un compañero de gimnasio (hapkido). Tras los saludos previos, le comento mi intención de pagar con monedas de plata. Habla por el pinganillo, nos abre la puerta y nos lleva a la zona VIP, donde nos espera una cubitera con algo que se llama Moet Chandon. No hemos terminado muy mal la noche.
La próxima semana, más.